jueves, 18 de septiembre de 2014

SILENCIOS

    Temiendo las represalias de los vencedores, Anselmo se echó al monte con su máuser. Conocía la montaña como su propia mano. No había quebrada, peñasco, collado, senda o ribazo que no hubiera pateado de joven cuando, de pastor, buscaba algún cordero extraviado.


     Conseguía sustento con trampas para liebres o pájaros y, de vez en vez, bajaba a los huertos de Benixell en busca de verduras, hortalizas o frutas. Los agricultores atendían sus tareas mientras Anselmo, procurando no ser visto, llenaba su zurrón con lo que podía. También se llevó alguna vez una botella de vino, una hogaza de pan o una ristra de chorizos, olvidadas junto al aljibe o a la sombra de una higuera.

    Los labriegos nunca comentaron entre ellos nada sobre el del maquis. Tampoco cuando el Jefe Local, acompañado de un Guardia Civil, les visitó preguntando por Anselmo.

     En una fría mañana de otoño, su cuerpo inerte llegó a Benixell sobre la grupa de un mulo escoltado. Huellas de disparos se repartían por cara y pecho.

     Desde entonces, ningún agricultor volvió a dejar olvidada una botella de vino, una hogaza de pan o una ristra de chorizos junto al aljibe o a la sombra de una higuera.



(Relato presentado al Concurso Esta Noche Te Cuento de Septiembre. Tema: Tras la batalla).

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